Domingo Híbrido

El domingo pasado dormí hasta muy tarde. Ya todos habían almorzado e incluso faltaba poco para la hora de la comida. Me sentía anestesiada, aislada, como que no encajaba. Sin embargo no me sentía de ningún modo mal.


En la tele suena el último concierto de Soda. Deambulando por la casa sin hallar que hacer, fijo mi vista en el televisor, de pie, como mirando casualmente. Y cada acorde me va atrapando más y más, sumergiéndome en esa magia. Se me olvida todo, me desprendo de mi cuerpo para revivir ese momento en el concierto que acaba de pasar. Mis sentidos se fijan en los movimientos de los músicos, en lo suculento de su sonido, en el significado de las letras. Y mi cuerpo sigue ahí, parado junto a una columna, pero yo ya no estoy ahí… Me dan ganas de llorar, de gritar, de salir corriendo. Pero tengo que quedarme ahí, fingiendo, como siempre fingiendo estar bien. Es sorprendente como la música tiene esa capacidad de volcar y manipular mis emociones de un modo tan abrupto, si hasta hace unos minutos estaba relativamente bien…


Una pregunta repetida tres veces me saca del trance. Respondo, aún aturdida. Notan mi frustración repentina. Miento, como siempre en estos casos. Pretextos hay miles, pero la verdad es que esta vez ni yo misma sé lo que me pasa. Un momento buscaba la convivencia y al otro quiero estar sola. Ni yo misma me entiendo.


Mientras tanto, en el televisor sigue sonando Soda. Curioso, tocan “En el séptimo día” y las palabras suenan irónicas: “Odio este domingo híbrido de siempre, me da igual, me da igual”. Termino de comer y huyo con el pretexto de pasear al perro. Pero ese, es otro debraye.